sábado, 6 de agosto de 2016

Lisístrata, al compás de la igualdad

“Venid, mujeres del mundo, 
 vamos a cambiar la vida
 vamos a quitar de en medio
 a las guerras y sus heridas”

Esta letra por bulerías que alienta al género femenino a denunciar la guerra, el machismo o las injusticias podría ser el tuétano de ‘La Guerra de las Mujeres’. Estrella Morente encarna a la Lisístrata con más jondura y clama por la igualdad con ese precioso eco flamenco que atesora en su garganta. La nazarí no sólo es una cantaora larga que pellizca el alma, es una artista desde la alfa a la omega, una mujer embriagada por esos soníos negros con los que Manuel Torre definió al duende y que domina el escenario emeritense de forma magistral como ya hiciera su padre cuando se metió en la piel de Edipo Rey. Estrella arriesga, gana y se siente libre. Decía Don Enrique que las llaves están para abrir puertas, a él le gustaba abrirlas porque cuando se cierran es para tomar precauciones y cuando se abren comienza la libertad. “Sastipén talí, salud y libertad, Estrella”, le hubiera gritado seguramente a su hija, a la que veneró tantas veces dentro de su pecho, una cantaora que abre una puerta como actriz y se consolida en el Olimpo flamenco a través de la innovación ortodoxa que hace en cada estilo, respetando la esencia pero dándole su propio sello. Ser puro y creativo, difícil binomio y marca de la casa Morente.

                                  Estrella Morente. Foto: Festival de Mérida / Jero Morales

La granadina es, sin duda, el puntal de esta obra versionada por Miguel Narros, pero ella reparte elogios al elenco: “Mi padre siempre decía que todo el que sale a actuar debe estar al 100%, ya diga una sola frase o tenga más protagonismo, para mí tienen la misma importancia todos”, afirmó en rueda de prensa tras el estreno. Es la estrella que más brilla, pero Morente está flanqueada por una constelación de artistas como su hermana Soleá, Tony Maya y su tío Antonio Carbonell (que erizó las emociones con la saeta que abre el espectáculo) al cante. Rodeada del poso de sabiduría de Antonio Canales, ese volcán flamenco que demostró su maestría bailando por tangos como pocos en el flamenco saben hacerlo. Aída Gómez, adalid de la expresión corporal, puso la sensualidad en una escena con Mariano Bernal, un gran bailaor que se inició con Cristina Hoyos, en un momento de la obra que embarga de canícula al témpano más gélido.

Las bajañís de Juan Carmona (director musical que dedicó la obra a su padre ‘Habichuela’ y a Enrique Morente), de 'Montoyita’, tío de Estrella, y del motrileño David de la Jacoba pusieron los acordes que se aliñaron con esa bendita flauta jerezana de Juan Parrilla, la percusión de Lucky Losada y los coros de las hermanas Bautista y Aurora Carbonell, la madre de esta Lisístrata con tanto soniquete. Expresaron su mensaje por alegrías de Cádiz, tangos extremeños y de 'El Piyayo', soleá con aires apolaos de Charamusco, farruca, bulerías, tanguillos, rumbas o una versión de ese fandango creado por Enrique en el que alertaba de los riesgos de sembrar en tierra mala. Utilizaron esa importante gama de estilos flamencos para alzar la voz contra este mundo de confusiones, de misiles y de motores y reclamar otro con menos odios, más clemencia y más piedades como cantara el genio que vio su primera luz en el Bajo Albayzín. La representación es un canto antibélico en el que las mujeres tienen el remedio “esclarecío” para acabar con la guerra, una denuncia contra el machismo y la desigualdad de género que ya hiciera Aristófanes 500 años antes de Cristo, un asunto que al director de la obra, José Carlos Plaza, le avergüenza que esté tan vigente. Porque cambiarán los tiempos y no cambian las personas como reza la sabia letra solearera.


‘La guerra de las mujeres’ se podrá ver hasta el próximo domingo 14 de agosto en el Teatro Romano de Mérida dentro de la programación de la edición 62 del festival de teatro clásico emeritense. Algunos flamencos extremeños acudieron al estreno. Los cantaores Paulo Molina y Jorge Peralta, la coplera cacereña Raquel Palma, la bailaora de Almendralejo Carmen ‘La Parreña’ o el guitarrista emeritense Juan Vargas no se perdieron esta obra eminentemente jonda que usa el flamenco como un arma cargada de denuncia. Ya lo bordó Antonio Gala: “El flamenco lo inventó el pueblo para poder quejarse a gusto”.